Un anochecer distinto – Si crees en el amor…

Seguí mirando sus ojos verdes, buscando dónde estaba la trampa. Nada gana quien nada apuesta, y solo saltando al vacío se puede volar. Y salté.

Vale, veamos la película – le contesté

Me dedicó su mejor sonrisa y me dijo – No puedo esperar que llegue el momento

Bien… ¡Pues hagámoslo ahora!

Me miró sorprendida y tan solo pudo decir – ¿Si?

Si, claro, la tengo en casa ¿Confías en mi?

Se libró poco a poco de sus miedos. Nuestras sensaciones no solo se reflejan, sino que normalmente tienen hermanas muy cerca. A menudo solo pensamos en nuestros miedos, y no nos damos cuenta que en frente tenemos a alguien con los mismo miedos. Ella me miraba ilusionada, con una cara que sugería «¿Me estás engañando?» a la par que «¡Quiero ilusionarme!», y en aquellos momentos yo intentaba transmitirle confianza y paz, hacerle saber que todo iría bien, aunque tuviera tanto miedo como ella. Le entregué mi mejor sonrisa, me incorporé de dónde estaba sentado, me giré de nuevo, y sonriendo, le tendí mi mano. De nuevo mi sonrisa renovada y sincera, desde el corazón, y una frase realmente arriesgada.

Jazmín ¿Confías en mi?

Me tendió su mano y le ayudé a incorporarse, con los nervios del momento se cayó encima de mi, conseguí aguantarla para que no nos desplomáramos juntos. Nuestras caras se quedaron a unos centímetros, nunca la había visto tan de cerca. Su tropiezo hacía brotar una sonrisa de la ironía de aquel momento tan parecido a la película de la que había arrancado mi frase, casualidades que matan… o que te hacen vivir, así es este mundo. Mi corazón se me iba a salir por la boca para irse a bailar a alguna fiesta de una playa cercana, ella también parecía más que nerviosa. Recuperó lentamente su compostura y me dijo:

¡Si! Claro que sí – y murmuró – y me encanta esa película.

Solté su mano titubeante, y di unos pasos en dirección al sendero. Ella me siguió, en aquellos instantes me concentré en caminar sin caerme, mirando hacia atrás para mostrar mi preocupación e interés en que ella tampoco se cayera y parecer menos perdido de lo que estaba ¿Era un sueño? Disimuladamente, me tiré de un dedo, no cedía para alargarse infinitamente, desde niño verificaba así la diferencia entre sueño y vigilia. Entre la vegetación llena de espinas y zonas de tierra llegamos a las piedras que ordenadas formaban un sendero más similar a lo que los romanos entendían por camino. Después de aquél par de minutos llegamos a dónde yo tenía aparcado el coche, había otro al lado, más pequeño pero muy mono, de un amarillo limón, supuse que sería el suyo.
Me giré hacia ella y todo el valor que había del que disponía me dio fuerzas para dar un par de pasos en su dirección, y quedarme a una distancia suficiente como para acariciar su mejilla con mi mano, o ponerle el pelo detrás de la oreja, aunque ya había usado el valor que tenía en stock, pero bueno… era una idea. Ella hizo lo propio al mismo tiempo que yo, se había acercado a mi, me miró sonriente y me dijo:

¿A dónde me vas a llevar Aladdin?

Y mi temblor se paró por un segundo, justo para decir, sin tartamudear – Hasta el infinito… y más allá

Cogimos mi coche y dejamos su medio limón allí aparcado. Puse música, y sonó mejor que nunca cada canción, disfrutamos de la carretera, la media hora que nos separaba de mi casa fue amena, y enseguida seguimos hablando de otras cosas, enfrentándonos en equipo a los molestos silencios que nos llenaban la cabeza de interrogantes. En algún lugar del viaje, miré hacia ella, la vi observando el paisaje tranquila y canturreando una de las canciones, era preciosa, parecía un ángel, miré de nuevo al frente, y proseguí la carretera con más cuidado que nunca.

Le enseñé mi casa, alegrándome de haber optado no hace mucho por un orden constante en lugar del orden semanal o quincenal que tenía hace tiempo, pues ante un plan improvisado, no tenía de qué avergonzarme. Los colores de mi casa y la colección de objetos inútiles hacían de ese rincón un sitio acogedor, las plantas, los cuadros, las figuras… a los pocos minutos de que ella entrara allí parecía encajar con todo, y la veía cómoda y tranquila. Le serví algo de beber y puse algo para picar, nada complicado, algo sencillo, rápido.

Me senté con ella en el sofá y cuando noté que los nervios se hacían demasiado fuertes le dije – ¿Pongo la película?

Y así comenzamos a ver una película sensacional, repleta de emociones, de magia. Lloramos un par de veces, la primera, a escondidas, intentando que no nos viera la otra persona, aunque no se nos había metido nada en el ojo. La segunda fue hacia el final, con el sabor de la película en el paladar y contentos de haberla disfrutado. Esta vez nos vimos llorar en una mirada repleta de vergüenza y desnudez.
Nos quedamos quietos hasta que acabaron los títulos finales, y justo después me miró fijamente y me dijo:

¿Sabes que solo hay una cosa que pueda mejorar este momento?

¿Si? – le dije sorprendido

Quizás te resulte atrevido… – dijo, y mi corazón de nuevo se convirtió en maracas – pero ¿podrías darme un abrazo?

Claro – dije, calmándome tan solo un poco.

Aquel primer abrazo fue sensacional, como si unas nubes atravesaran nuestra piel para cosernos juntos, como si un agua a la misma temperatura que el cuerpo te envolviera bajo una cascada. Su olor era sensacional, se filtraba por mi y me dejaba atontado, era tan seductor, tan dulce, respiraba con fuerza intentando que no se diera cuenta, pero… abrí los ojos ¡Me estaba abrazando! Se daría cuenta de mis exhalaciones… intenté calmarme y cuando estaba más relajado me di cuenta no solo de que seguíamos abrazados, sino de que ella también respiraba con fuerza. Su ritmo no decreció y con un suspiro nos separamos… tenía cara como de haberse despertado… recuperó las formas y me dijo sonriente – ¿Vemos otra película?

Estábamos cansados y aquella segunda película se hizo más cuesta arriba. Comenzamos a recostarnos y acabamos ambos con los pies apoyados en la mesa de centro, pues en entre ambas películas había recogido vasos y platos. Pusimos un cojín y los 4 pies, con calcetines de colores en ambos casos, los míos morados, los suyos de rayas. Jugamos a conversaciones de pies un rato, nos reímos, y seguimos viendo la película. Según transcurría la película nos fuimos recostando, y en un momento concreto me estiré en el sofá y le ayudé a colocarse encima de mi situando su cabeza en mi pecho, casi sin darme cuenta de lo que hacía, preguntándole si así estaba cómoda como si fuera lo más normal.
No llegamos a ver el final, nos quedamos dormidos, y el sol de la mañana nos cogió por sorpresa abrazados en el sofá.

Aquella noche no hubo pijamas, ni vergüenzas entre desnudos, ni caricias, ni besos… tan solo aquel primer abrazo de 7 horas.

Serví el desayuno en la mesa, y en entre cereales y magdalenas, tazones de leche y vasos de zumo, nos mirábamos con confianza y cariño.
Poco después decidió que era momento de irse, y con una sonrisa la acompañé a la puerta. La miré fijamente y no me salió otra cosa que darle un gran abrazo, intenso, largo, profundo. Me sonrió y se giró hacia la puerta sin abrirla, me quedé quieto y luego vi cómo se daba la vuelta lentamente y me miraba. No sé como lo conseguí pero me acerqué a ella y la besé. Un beso dulce, intenso, perfecto, Hitch me habría dado un sobresaliente.
Me sonrió, se giró y abrió la puerta, y salió por ella, y yo seguí en mi nube recordando los matices de una noche estupenda, plantándole cara a las dudas de su partida, intentando ni contestar ni hacer preguntas.

Pocos segundos después sonó el timbre.

Abrí la puerta, era ella.

mmmm verás, 3 cosas. Primero, no sé si quieres mi teléfono o no, pero a mi me gustaría tener el tuyo. Segundo, mi coche está muy lejos ¿podrías llevarme? y tercero… no quiero irme.

He hizo reír, y tras coger aire, le dije – ¿Qué te parece si vamos a por él y luego comemos juntos? Y luego improvisamos mientras nos damos teléfonos…

Sería… genial

En aquel momento empezó todo, sin declaraciones ni preguntas, nos dejamos los miedos y las dudas en la alfombrilla de la entrada a la casa, y cuando volvimos después de recoger su coche, ya no estaban.

Hemos tapizado ese sofá cuatro veces, y somos incapaces de deshacernos de él.

Y esa es la historia, queridos hijos, de cómo conocí a vuestra madre ;)

Fin… Gracias por creer en el amor

 
 
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