Mi señora Galadriel

     Hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana, me crucé con una criatura mágica en uno de esos lugares oscuros que pueblan el Universo, me parecía tan curioso que algo tan hermoso estuviera allí… pero desde el primer momento podía verla, y no me refiero solo por fuera, sino verla de verdad, y podía sentirla, no solo por dentro, sino sentirla a mi alrededor, y no tardé en darme cuenta de cómo sus dedos me hacían cosquillas en el alma mientras hablábamos, y cómo las horas se esfumaban a su lado como la espuma del agua del mar entre mis dedos, cuando de niño jugaba a atrapar olas.
Desde el primer instante me dijo: «Me iré en cualquier momento, tendré que volar a cada rato, vivo en un sitio lejano, allí es mi hogar, y tú eres, en mi alma, tan solo un invitado.» Así que aprendí a disfrutarla bajo esas reglas, sabiendo que yo era un capricho efímero para ella, y así me enseñó que cada minuto juntos era un regalo, para ambos.
Y viajamos en sueños, y compartimos miedos, y esparcimos recuerdos, y encerramos lamentos.
Cuándo nos quedábamos sin aire nos respirábamos mutuamente, cuando se nos apagaban las alas, nos pensábamos, y podíamos seguir un poco más.
Me regalaba su sonrisa, me mostraba su boca y me permitía fantasear con ella, pero no tocarla. Naufragaba en sus ojos castaños y aparecía ella con su pelo corto, pero lo suficientemente largo como para rescatarme, y me miraba como si tuviera todas las respuestas, y yo… me quedaba sin palabras, ni ideas ni preguntas. Le sonreía y le decía «Mi señora Galadriel«, y ella me respondía con un gesto lleno de luz «Mi criatura mágica«.

Ella era Presente, ella era contención de planes, de sueños, ella era desear una boca sin saber si algún día podrás tocarla con la tuya, ella era verdad, estrella fugaz, ella era mi refugio contra el miedo, ella era un paraguas en mitad de una tormenta sin tregua.
Y así transcurrieron instantes robados a los días grises, donde nos confesábamos secretos, compartíamos momentos, creábamos colores nuevos, y abríamos juntos nuestros corazones, para que nos los congelara el viento del invierno.
Fueron 13 los días señalados, fueron 13 los días que ella tenía permitido salir del palacio en el que vivía.
El último día, sonó de nuevo la puerta, con los golpes rítmicos y dulces que anunciaban su visita, y al abrir sonriente encontré allí una maceta con una hermosa rosa roja, protegida por una cúpula, era como la de mi querido Principito. Sonreí, si bien no tardé en comprender el significado de aquel símbolo, apagándose la luz de mi rostro entonces.
Me resguardé en mi casa y lloré un solo día, uno completo, no sin sentir que en cierto modo, defraudaba a mi dama de luz.
Al día siguiente me enfrenté al mundo con mi mejor sonrisa, recordando lo vivido, la lección que aprendí deslumbrado por su alma, la lección que soñaba tatuarme con sus labios, y que sin embargo, tan solo pudo quedar grabada a fuego con los abrazos que soñamos.
«Solo hoy, solo ahora, quien sabe qué nos traerá… el mañana.»
Y no pierdo la esperanza, de que el mundo gire, y algún día ella vuelva de visita a mi alma.

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