Todavía no ha empezado la navidad…

…y ya me tiene hasta las %P3l0t$X (las del árbol)

Qué pereza, de nuevo la celebración pagana cómodamente absorbida por el catolicismo, pero qué cojones… que en esta época somos todos cristianos, eh, y viva la madre que parió al niño Jesús, por cada día de vacaciones estoy dispuesto a rezar un Ave María. Pero claro, que si las comidas copiosas, que si los compromisos, y unos tristes por que no vas a un lado, y los otros porque no vas suficiente al otro, nervios en lugar de paz, y de repente recuerdas alguna navidad con color especial, o echar de menos gente, y a los que se fueron… y cuando ya estás cansado de esta montaña rusa sentimental ¡Los regalos! Coges el metro y ves un cartel «En el Corte Inglés nos gusta la navidad…» ¡Qué jodíos! Os gusta todo lo que sirva de excusa para vender más, que si en una nalga tienen tatuado San Valentín no hace mucho se han pintado en la otra Black Friday.
Debes gastarte una pasta, y claro, cuanto mayor familia, más regalos, que si este, que si el otro, que si aquel y que si los de más allí… qué estrés, me dan ganas de comprar algo a granel, en plan ¡Toblerones gigantes de esos de los aeropuertos! Seguro que comprados en un Makro, por cada cien que compres te regalan 20, y ya desde ahí… tan solo queda endulzar a la gente y elegir bien los afortunados, como aquel año que compré 10 copias de mi libro favorito, y tuve que elegir con cuidado a quien destinarlos.

El otro día mi médico del aparato digestivo me decía que un día de navidad responsable sería ayunando, que eso de comer hasta que salgan los polvorones por las orejas no es coherente con un mundo donde lo más habitual es no tener qué comer, mientras en el primer mundo, dejamos las farmacias sin sales de frutas (Y razón no le faltaba). Siempre por estas fechas pienso en lo mismo ¿Qué coño hago yo en España en navidad? Lo ideal sería estar en la Plaza Roja de Moscú pasando tanto frío que tuviera nueces en lugar de… mofletes, y así al año siguiente estaría feliz comiendo turrón del Mercadona y abriendo la boca para que mi sobrino pueda dispararme lacasitos o uvas.
Pero qué voy a hacerle, a mi compañero le dejo la semana bonita, él siempre tan familiar… y a mi me toca cubrir mi oficina, repartir ostias consagradas entre los usuarios, buscarle melodía a los atascos y dejarme conquistar por unas luces que no dejan de querer recordarme al niño cuyos ojos brillaban con ellas.

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