La vida es un suspiro… así que ¡Respira hondo!

El otro día tuve un momento de esos en los que ves la entrada de un túnel, y no su salida. No sé si os ha pasado, puede pasar cuando una pistola te apunta a la cabeza o cuando una enfermedad te hace darte cuenta de lo débil que eres. Vivimos creyéndonos roca y acero, pero somos de papel, nos mojamos y nos hacemos una bolita, y poniéndonos al sol y estirándonos volvemos a ser los mismos aunque estemos más llenos de estrías y cicatrices.

En esos momentos, sientes desesperación y miedo, y cuando consigues aplacarlo, si lo haces, te aborda una curiosa mezcla de sentimientos. Por un lado gratitud, por los momentos vividos y las personas que me he cruzado, por los paraísos y sentimientos encontrados, por mi familia y las oportunidades de disfrutar cosas únicas, por cada beso y abrazo, por cada momento de paz, por cada cielo y por cada lágrima, por cada mirada que cruzaba penumbras para llegar al alma y limpiarte.
También sientes pena o vergüenza por todas las veces que pudiste hacerlo mejor, que fuiste egoísta, que no cumpliste las expectativas de alguien que te quería, que dejaste vivir en tu casa a un huésped inadecuado por tu necesidad de calor y compañía, y sin embargo dejaste fuera a quien el tiempo te demostró que merecía más quedarse en tu sofá. Lamentas las promesas que creías sinceras y que no pudiste cumplir, sufres el cruel olvido quitándote instantes perfectos que merecían estar tatuados a fuego en tu alma y todas las veces que el estúpido miedo te dejo sin vivir algo, e incluso te entra la duda de si haber cogido algún otro tren, te habría hecho mejor o más feliz.
Piensas en tus seres queridos y en que por mucho tiempo que hayas pasado con ellos, no ha sido suficiente.

La conciencia solapándose al instinto es lo que nos hace humanos, y la ignoramos peligrosamente para convertirnos en autómatas que cumplen designios de seres superiores o cercanos, que buscan llenar su tronco de bellotas sin pararse a pensar si en lugar de coleccionar para el invierno, sería mejor disfrutar de cualquier estación.
Pequeñas revelaciones vitales.
A mi alrededor, sonidos y matices se amontonaban esperando ser observados, y unos pájaros se acercaron a mí para recordarme, otra vez, que se me había vuelto a olvidar respirar, no por inercia, sino para llenarme de todo lo que el desgaste me quita.
 
 
 
 

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1 respuesta

  1. Cris dice:

    No hay que pensar en el pasado si no centrarse en el presente. El pasado pasado está y unos más que otros lo tenemos superado. No hay que llorar por lo que pudo haber sido y no fue; eso solo te crea inseguridades. Carpe diem. Seguro que nadie te reprocha el ser como eres.

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