Sueños catastrofistas

El otro día tuve un sueño muy extraño, en la media de los que suelo recordar, que son pocos y cobardes. Como suele pasar, el mundo se derrumbaba ante una temible plaga o un acojonante desastre natural, en este caso, una invasión alienígena, muy al estilo de las películas que últimamente castigan la cartelera. A mi ya me han invadido de todos los tamaños, colores y formas (coño, qué mal suena) ¡Alienígenas! ¡En Sueños!
Yo intentaba poner a salvo a mis seres queridos más próximos, y algunos de ellos me usaban como herramienta para salvar sus vidas, curiosa metáfora de mi realidad. El reparto, en caso de catástrofe, suele variar. A veces aparece algún familiar, o amigos de los que hace 20.000 millones de años que no sé nada; en otras ocasiones, alguna desconocida o semiconocida me persigue con intenciones perversas pero no tanto como las de los alienígenas, maremotos, meteoritos o godzillas.
En este, en la parte que recuerdo, aparecía una gran amiga gritando mi nombre en unas escaleras, sin máscara virtual, reflejada cómo la ve mi alma y mi corazón lo niega, pidiéndome ayuda en medio del caos para que le solucionara un problema que sería menor aunque no tuviéramos en ciernes un fin del mundo.
Mucha carrera, para arriba y abajo, esconderse dónde fuera posible, coger coches y pisar a fondo, autopistas rumbo a la costa, saltos temporales y espaciales asombrosos (como en un sueño, claro).
Justo antes de despertar, estaba tirado en una tumbona bajo el sol, y una chica se acercaba a lo lejos en topless.
Según se aproximaba me di cuenta que era mi ex-ex (la primera pareja que tuve en Madrid, la anterió a la última) y estuve aún más seguro cuando se acercó más y le vi la cara.
Entonces me desperté y miré la hora en el móvil.
Bajé al salón y encendí un pitillo.
Cuando volví al dormitorio a vestirme, mi ex-ex me había llamado.
Hacía 6 meses que no sabía nada de ella.
Cágate lorito, por Dior, ¡Qué miedo más grande! ¡Pefiero la muelte!