¿Me prestas tus labios?

Todos los años, el mismo día, la misma hora, un mismo lugar.
Se encontraban amparados por soportales y nervios, escoltados por aceras de otra época en una ciudad gris. Se miraban y redescubrían el color de sus ojos, el pulso acelerado al ritmo de la trompeta de Miles Davis cuando repuntaba hacia el climax en una de las canciones que escuchaban soñándose en silencio.
Las palabras se hacían en intercambios equilibrados en un principio, y acababan convirtiéndose en monólogos en las que ella fundía sus ojos con el cielo y escuchaba atenta mientras intentaba discernir sueño de realidad, vigilia… de Nunca Jamás.
Aquella vez, como las anteriores, ella buscaba verdades entre los archivadores que en los ojos de él, guardaban su vida; escudriñaba secretos bajo los poros de la piel de aquel con el que había compartido mucho mas que un sueño de una noche de hacía tantos veranos que sumaban ya varios lustros. Las sombras y los miedos la convertían en estatua de bronce, y siempre volvía a un mismo punto de partida, a unas preguntas para las que no le servía ninguna respuesta, un miedo que la encerraba en un bucle obstinado y agotador.
Aquel día todo era diferente, así lo sentía… ya no quería ni soñaba una vida, quería un último baile. Había realizado una elección, la de la razón, pero su corazón la había llevado puntual a su cita, necesitaba verle, hablar con él, sentir el calor… y nadar en el sueño.
Cuando se acabaron los segundos juntos, ella le dijo «¿Me prestas tus labios?» y se acercó a la boca de él y la envolvió con la suya. Como siempre antes, una coreografía distinta, pero esa sensación, pese a la falta de entrenamiento, de haber logrado la belleza más pura, dos bocas nacidas para estar juntas, dos notas en perfecto equilibrio.
Una despedida que se negaba a ser dulce, por falta del rencoroso tiempo, ni amarga, por el sabor aún vivo en sus labios.
Y separándose unos pasos, ella se dio la vuelta para que una lágrima viajara del corazón a la mejilla.
Renunciaría a su compañero de baile perfecto por mantener el calor y la paz de su hogar y su mente
Pero no sin pena, renunciando, sin duda,
a la parte más hermosa de ella.

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