Y seguí soñando…

Comencé por sus pies tan desnudos como el resto de su cuerpo, apretándolos con fuerza con mis manos, mitad pasión y deseo, mitad masaje y declaración de intenciones, y les dí cuatro besos suaves y lentos repartidos a partes iguales entre cada uno de ellos. Inicié mi travesía con mi lengua por su pierna, haciendo pausas ocasionales para fundir mis labios en su piel, mientras mis manos recorrían independientes sus preciosos muslos para sentir los estremecimientos que denotaban si mi boca y mis labios acertaban en sus tanteos.
Seguí mi ruta, y a mitad del paraíso de sus labios, a los que ascendía, encontré un oasis, y me detuve en él, reponiendo fuerzas, sin prisas, durante un rato yo era un antílope tranquilo bebiendo de un lago salado, y de vez en cuando, rugía con mis labios como si fuera un depredador, mientras mis manos, que habían seguido su viaje, me transmitían el temblor que le ocasionaba cada mutación en lobo. Acabé sintiéndome muy cómodo en aquel paraje, quería quedarme a vivir allí, pero escuchaba un voz lejana que me pedía que continuara mi camino, y no sin pena, proseguí.
A continuación crucé la suave estepa, acompañado de una brisa cálida, mientras mi lengua, escoltada por mis dedos, se deslizaba por aquel bendito suelo que me envolvía con su olor al contacto con mi boca. No pasaba el tiempo ni la distancia, pero avanzaba, y casi sin darme cuenta, llegué a dos montañas que escalé lentamente, mientras mis manos seguían a su ritmo erráticas y libres por los parajes próximos. Llegué a aquellas cumbres feliz y vital, contemplando el paisaje, deteniéndome juguetón y nervioso, pues pasado aquel límite, estaba próximo el Shangri-la de su cuello, sus hombros desnudos, e intentaba no pensar en lo que vendría después para no alterar mi aparente calma.
Hice acopio de fuerzas y seguí, y en el valle que continuó creí volverme loco, con mis labios buscando con fuerza un riachuelo del que beber, y prosiguiendo con el espíritu del viaje, me lo tomé con calma… mis manos eran ahora tan solo un apoyo, y mi boca intentaba no dejar ni un centímetro de aquel paraíso sin recorrer. Cuando me hube saciado, incorporé mi cuerpo y me enfrenté, cara a cara, a mi destino.
El cielo azul de sus ojos me esperaba y su sonrisa nevada lucía traviesa y amenazante, como si mi comportamiendo fuera a tener represalias, pero no tenía miedo. Besé sus labios con pasión, y encajaban cual piezas perfectas en un inmenso puzzle, y entonces nos deleitamos en una dulce y húmeda fusión de almas, segundos infinitos y perfectos, y cuando sentí que deseaba alejarse, hice un movimiento contundente para que acudiera, al oasis donde había sido lobo y gacela, el sherpa que me había acompañado en aquel viaje, hasta aquel momento, inadvertido y silencioso. Ella acabó de soltar mis labios con una exhalación y un profundo gemido, y comenzamos nuestro primer baile, despacio, con delicadeza, aquel vals acabaría volviéndose tango, pero como ambos teníamos claro al comenzar la expedición… no había ninguna prisa.
 
Bailamos durante horas. A veces comenzábamos directamente con un tango feroz y pasional, y otras, cuando estábamos más cansados, iniciábamos con un vals para luego ir cambiando de ritmo. A veces mientras bailábamos, o al acabar, nos revolvíamos entre risas por cualquier detalle, o el simple goce de haber completado un baile perfectamente sincronizado. Y mientras nos abrazábamos desnudos en el medio de la pista, dibujábamos sueños y planeábamos nuevas expediciones a lo más profundo de nuestro ser.
 
Habíamos perdido la cuenta de las horas y las danzas cuando el paraíso comenzó a temblar, nos reímos juntos al principio pensando que habíamos descubierto algo nuevo, pero no tardó el pánico en asomarse a sus ojos, la abracé protegiéndola, mirando a los lados sin permitirme el lujo de mostrar el miedo que sentía. Un sonido atronador nos invadía y ninguno de los dos teníamos la más mínima idea de qué era aquello…

…Sonaba la alarma del móvil y me negué a despertarme del todo. Una diminuta parte de mi consciencia me hizo un guiño, y cogió el terminal para apagar esa melodía infernal y mandar un email al trabajo: «Lo siento, me encuentro fatal, hoy no podré ir a trabajar» y lo envié sin culpa ni remordimientos, ni responsabilidad ni preguntas.
Acurruqué mi cabeza bajo el nórdico y volví al hueco de mi almohada aún caliente. El sueño me llevó audaz y sonriente de su mano, y entre brumas, fueron apareciendo de nuevo sus ojos, su olor, su tacto… y la miré directamente incrustándome en su alma azul, y le sonreí con mi mayor plenitud, y le susurré al oído con toda mi dulzura «¿Dónde estábamos?»
 
Y seguí soñando…

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2 Respuestas

  1. Moona dice:

    Hmmmm… Me encanta cómo has descrito el viaje ;)

  2. Tegala dice:

    Muy bueno!! Sensual y delicado…

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